SEMANA 13

¿Presos de las circunstancias?

 

Nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder político.

Hannah Arendt

 

     La última semana fue bastante dolorosa y abrumadora para Colombia, por lo cual la indiferencia no podrá ser parte del desarrollo de esta bitácora. Pareciera que el universo está confabulado para hacer de esta última etapa todo un reto para los estudiantes. Tanto para aquellos que han tenido la oportunidad de salir a marchar, como para los que no, la coyuntura actual se ha convertido en un factor determinante para la disposición que se tiene a la hora de realizar entregas académicas. Cualquier esfuerzo supone ya no solo un proceso cognitivo, sino también una lucha interna por encontrar, aunque sea por unos segundos, cierto equilibrio mental para poder cumplir con los compromisos previamente adquiridos en las distintas materias. 

 

     En varias clases se han creado espacios para discutir acerca del conflicto que nos envuelve en estos días y yo, al ser de otro país, he optado en un inicio por adoptar el mecanismo de la escucha activa. Razón por la cual, las voces de mis compañeros se han vuelto el eje central de mis reflexiones. Puede que ya haya vivido en Colombia casi siete años, pero eso no significa que mis conocimientos acerca de la historia del país y sus respectivas repercusiones en el contexto actual sean los más amplios. Esto se debe a mis condiciones previas de existencia, las cuales durante años fueron tan similares como diferentes a lo que se vive hoy en día en esta nación. Por este motivo, para construir mi propia perspectiva, me ha parecido imperativo hacerlo desde la multiplicidad de relatos brindados por mis compañeros en cada uno de sus aportes.

 

     “A hombros de gigantes” es lo que siempre nos repite el profesor Cobos durante nuestras clases. Usualmente concebimos a estos gigantes exclusivamente bajo los parámetros establecidos por aquellos notables académicos de grandes publicaciones. Sin embargo, yo particularmente soy una fiel defensora de la siguiente idea: nosotros pasamos a ser gigantes cada vez que tomamos nuestras trayectorias de vida y las sometemos a un proceso de análisis crítico. Esto se puede identificar perfectamente en las intervenciones que realizaron mis compañeros, ya que a pesar de que muchos de ellos cuentan con una serie de privilegios, pudieron ser lo suficientemente críticos y empáticos para condolerse por esas personas que no lo tienen todo en esta vida y que por lo tanto han tenido que optar por la alternativa de la resistencia.

 

     Esa misma resistencia ha provocado una respuesta violenta por parte de las instituciones estatales. Este tipo de acciones en contra del pueblo nos lleva a cuestionarnos cómo es posible que aquellas personas que se supone deben velar por los derechos de los ciudadanos, puedan arremeter en contra de ellos de maneras tan horribles y cuestionables. En este tipo de acontecimientos, cuando descubrimos que alguien ha cometido un asesinato, una violación o algún otro crimen, nos llegamos a preguntar qué llevó a ese individuo a atentar en contra de otro. Ante esa incógnita, podremos hallar un concepto clave en el análisis teórico-político que efectúa Hannah Arendt frente al holocausto nazi.

 

     Esta gran pensadora del siglo xx decidió realizar un análisis del perfil de Adolf Eichmann, un nazi que ocupó los más altos cargos durante el periodo del Reich. Sorprendentemente encontró que el actuar de Eichmann no se debía a ningún tipo de condición mental. Por el contrario, aseguró que él era un hombre bastante cuerdo, pero a su vez, incapaz de experimentar la culpa. Esto se debía a que este personaje genuinamente creía que las torturas y asesinatos en contra de los judíos se justificaban, ya que no los concebía como humanos, sino como piezas de un sistema. 

 

     Esto resulta altamente perturbador tanto para la sociedad de entonces como para la sociedad de ahora, porque si una persona, aparentemente normal, era capaz de cometer tales crímenes, significaba que todos éramos proclives de hacer lo mismo. A partir de esta premisa, Arendt desarrolla el concepto de banalidad del mal. Como indica Palomar: “La banalidad del mal apunta precisamente a esta ausencia de malignidad. Lo que tiene de banal el mal cometido por Eichmann no está en lo que hizo, sino por qué lo hizo” (2013, 8:40-8:51). 

 

     A esta incapacidad de reflexión sobre sus actos, se le suma el hecho de que Eichmann se encontraba en una posición de poder, por lo que los efectos colaterales de sus decisiones se totalizaron y maximizaron a tal grado de provocar el caos y la destrucción. Hasta parece que varios supuestos presidentes latinoamericanos se inspiraron inconscientemente en el. En esta cruda realidad, donde ni siquiera nuestros líderes son capaces de darnos garantías básicas, la falta de empatía y conciencia es mucho más común de lo que imaginamos. Basta con revisar los comentarios en redes sociales de algunos individuos, quienes inclusive llegan a expresar cierta alegría frente a la muerte de sus compatriotas. ¿Acaso las declaraciones de estas personas no encajan peligrosamente con varios rasgos del perfil de Eichmann? Por esto, resulta totalmente normal la manifestación interna de una angustia frente a nuestra humanidad, la cual, a su vez, hace que surjan distintos cuestionamientos, entre los cuales podemos encontrar la incógnita planteada por Mosquera con base en lo propuesto por Arendt: 

 

“¿Puede una persona supuestamente «normal» cometer semejantes atrocidades? Todas las personas sometidas a presión y convenientemente adiestradas podríamos cometerlas, sería la respuesta de Arendt. En su opinión, fueron los acontecimientos los que hicieron que Eichmann desarrollara ese odio hacia los judíos. En determinadas circunstancias, el mal es el resultado de los actos de personas normales que se encuentran en situaciones anormales” (Mosquera, 2018, párr. 8).

 

     Este tipo de respuestas no deberían convertirse en un motivo de miedo hacia nosotros mismos, ya que lo dicho por Arendt no implica inmediatamente que todos tengamos un neonazi interior dispuesto a surgir frente a la mínima adversidad. Más bien, conclusiones como estas, nos invitan a tener especial cuidado a la hora de analizar la teoría política de esta pensadora. Si se llegan a malinterpretar sus palabras, corremos el riesgo de caer en un determinismo en cuanto a los actos de violencia, ya que muchos se podrían sostener del concepto de banalidad del mal para justificar sus acciones en las circunstancias del entorno y es precisamente ahí donde radica el problema. En el mundo contemporáneo, no deberíamos conformarnos con ser personas normales que incapaces de discernir las mejores opciones, a pesar de lo impuesto por la sociedad. 

 

     Inclusive cuando la mayoría de las veces parece inevitable que el ser humano esté preso de sus circunstancias, vale la pena preguntarse: ¿Cómo evitar caer en la banalidad del mal? Ante esta duda, la misma Arendt nos tiene la respuesta y la encontraremos en la distinción que hace entre los conceptos de conocer y pensar, la cual se presenta en la siguiente tabla:

 

Tabla #1

 

Distinción entre conocer y pensar

 

Conocer 

Pensar 

Tener ideas, elaborar teorías y resolver problemas técnicos. 

Empatía con el otro, capacidad de tener un diálogo interno e intentar resolver conflictos morales.

 

Fuente: Palomar (2013).

 

     Como podemos observar, Eichmann podría ser descrito como un ser totalmente normal con la capacidad de conocer y desempeñarse como una persona funcional, pero eso no significaba que tuviera capacidad para pensar, razón por la cual terminó cometiendo tales atrocidades. El pensamiento requiere de gran estimulación y esfuerzo, pero sobre todo de voluntad, una facultad inherente a nuestra humanidad y mediante la cual no nos podemos permitir la justificación del accionar de Eichmann, ya que él siempre tuvo la posibilidad de pensar, simplemente no se atrevió a hacerlo. Como señala Rubio: “El problema de Eichmann no fueron sus intenciones, sino que no se paró a pensar en las consecuencias de sus actos y en las alternativas que tenía” (2017, párr. 12).

 

     En este punto en la historia la repetición de acciones que vulneren los derechos de los demás no es algo permisible. La sociedad debe evolucionar y en lugar de seguir produciendo individuos superfluos y moldeables que no hacen más que conocer, se debe comenzar a formar individuos proactivos y analíticos que se atrevan a pensar. Es nuestra transformación en seres críticos la que nos permitirá identificar aquellos elementos previos que determinan nuestra posición de influencia y poder sobre el resto y a partir de ahí, bajo nuestro libre albedrío, liberarnos de esas circunstancias a las que nos hemos visto sometidos durante toda nuestra vida. No es un proceso fácil, pero esta liberación es necesaria para el bien común de un país que pide a gritos una actitud crítica por parte de sus ciudadanos.

 

Referencias:

 

Mosquera, A. (2018). Hannah Arendt, destripando el mal.  Filosofía & Co.

https://www.filco.es/hannah-arendt-destripar-mal/

 

Palomar, J. (2013a). Hannah Arendt y la banalidad del mal (documental completo). [Video]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=Y5HdP52z5xE&t=626s

 

Palomar, J. (2013b). Hannah Arendt y la banalidad del mal (documental completo). [Tabla #1, Video]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=Y5HdP52z5xE&t=626s

 

Rubio, J. (2017). La banalidad del mal y la terrorífica normalidad de los nazis. Verne: El País.https://www.google.com.co/amp/s/verne.elpais.com/verne/2017/03/23/articulo/1490255737_690085.amp.html

 

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